Habida cuenta de los cambios operados en nuestras democracias, en las últimas décadas, el análisis del espacio público cobra una renovada relevancia. Cambios evidentes en los actores que en él intervienen como en las lógicas que definen su configuración, lo recolocan como ámbito depermanente reproducción de la legitimidad democrática en paralelo a las instancias electorales (Schnapper, 2004). A la luz de estos cambios, el mismo espacio público se nos presenta como campo privilegiado de constitución de una diversidad de actores signados por su fluidez, heterogeneidad y desagregación identitaria en un contexto marcado por la crisis de los tradicionales canales de mediación de las demandas ciudadanas. En este sentido, la mediatización de dicho espacio ha generado nuevos vínculos y dinámicas en la representación y expresión de estas demandas, al tiempo que la relación entre lo político y lo social se ha vuelto más opaca y renovados liderazgos han asumido una inusitada centralidad en la constitución y agregación de los intereses ciudadanos. En pocas palabras, un espacio público dominado por la acción de los partidos políticos y los sindicatos, donde una mayor transparencia entre lo político y lo social se revelaba en la existencia de identidades político-sociales relativamente articuladas y consistentes, se fue desvaneciendo para dar lugar a un nuevo espacio público cuya regla de funcionamiento pasó a ser el imperio de los dispositivos mediáticos, la labilidad de las articulaciones políticas y la emergencia de actores sociales que particularizan sus reclamos.