El siguiente trabajo pretende encontrar vinculaciones de carácter narrativo-estético entre tres documentales que remiten tanto a una búsqueda personal de los orígenes de cada realizador, como también al explorar creativamente las posibilidades que en la contemporaneidad otorga no sólo la modalidad documental, sino el lenguaje cinematográfico en general.
Dice Efrén Cuevas que en las últimas décadas el documental comenzó a ampliar sus fronteras cuando acogió la expresión de la subjetividad como un elemento habitual dentro de sus prácticas. De ahí la aparición de la propia historia, la propia vida como materia diegética y también como consecuencia, la difícil clasificación de los nuevos productos híbridos, ya que se comienza a perder la tajante taxonomía que divide documental y ficción, por el simple hecho de que la puesta en escena comienza a tener un valor decisivo en la plasmación de este tipo de documental. El realizador debe colocarse frente a la cámara y “actuar” para ella, dado que como afirma Cuevas “la presencia de la cámara provoca una inevitable alteración de la realidad, al colocar a los protagonistas de esas historias frente al escrutinio del aparato fílmico.”1 Se produce una distancia inexorable donde el espectador está sumergido necesariamente en una dinámica metadiscursiva, que lo lleva a preguntarse acerca del criterio de verdad de lo que está presenciando, dado el carácter autoreflexivo y autoreferencial del producto audiovisual.