A mediados del siglo XIX, los obreros de gran parte de Europa, impulsados por el crecimiento en su número que le había aportado el derrame de la revolución industrial y alentados por las ideas de algunos intelectuales, decidieron converger en la Asociación Internacional de Trabajadores, más conocida como la I Internacional. Este encuentro dio visibilidad al enfrentamiento teórico y político, que inorgánicamente, se venía dando entre dos de las principales corrientes ideológicas que sustentaron y, en parte, aún hoy sustentan la práctica del movimiento obrero a nivel mundial: el socialismo, propugnado por Karl Marx y Frederick Engels, por un lado y las corrientes anarquistas, lideradas por Mihail Bakunin, por el otro. Tan importante fue el debate en torno a estas ideas, que finalmente en 1872, la I internacional se dividió entre los seguidores de una y otra corriente, para finalmente terminar diluyéndose, ante la debilidad en que quedó sumido el movimiento obrero organizado tras el cisma ideológico – político. Ahora bien, si, retomando a Marx (1995), consideramos que es la vida material la que crea y condiciona las ideas de los hombres, y no las ideas las que condicionan la vida cotidiana, ¿cómo es posible que los obreros que, aparentemente traían consigo experiencias similares de opresión por parte del capital, hayan generado dos ideologías tan diferentes al punto que sus disputas llevaron a la disolución de la Internacional?