Sin lugar a dudas, el continente latinoamericano ha retomado en los últimos años las tendencias a la rebelión y la revolución que lo caracterizaron durante todo el siglo XX. Como señala Perry Anderson “América Latina, y esto es un hecho que a menudo se olvida, es la única área del mundo con una historia continua de trastornos revolucionarios y luchas políticas radicales desde hace un siglo”. Bolivia es uno de los países de la región donde más persistentemente se ha desenvuelto esa tradición revolucionaria: la revolución de 1952, el proceso revolucionario de 1970-713, el ascenso de 1982-854. Y ahora ya van cuatro levantamientos desde principios del 2000, desde la “guerra del agua” en Cochabamba.
El levantamiento popular boliviano de octubre último que concluyó con la caída del gobierno de Sánchez de Lozada es la última y, posiblemente, más profunda expresión de un proceso de incremento en la lucha de clases que viene desarrollándose desde la década pasada en América Latina, que ha tenido entre una de sus características distintivas que gobiernos que gozaban de legitimidad electoral han sido derrocados mediante la acción directa de masas.