Invirtiendo la idea borgiana, este será un intento de escrutar el hombre en lugar del nombre. Si bien ésto último es lo que perdura, aún en el olvido que también es memoria, se tratará de atrapar una imagen tal como relampaguea en un instante de peligro sociológico como el que nos toca. Como ese pintor que dijo “yo no intento pintar la soledad o la tristeza sino la luz en esa pared”, serán estas líneas la búsqueda de un perfil de sociólogo que se levanta, cual novedoso troquelado, ante nuestros ojos desganados de tecnocracia, somnolientos de SPSS, incrédulos de la ONU, escépticos del INDEC. No es coherente que las preguntas, y sus intentos de respuesta, se decreten “pasados de moda” si lo cuestionado no sólo no ha sido resuelto, sino que se ha profundizado, expandido, agravado. El cambio de carril teórico es un síntoma que guarda cierta analogía con alguien que, en lugar de enfrentar lo que lo abruma, construye una situación en apariencia conveniente, que lo lleva a dar vueltas sin poder morder, nunca, su propia cola. Así las cosas, como el perro de Pavlov, la Sociología “exitosa” actual siente llenarse su boca de saliva cuando oye voquibles tales como especialización, analista simbólico, autopoiésis, autorreferencial. La postura es clara, Saint Simon antes que Comte, Marx antes que Parsons, Carri antes que Di Tella.