La amplia difusión de las tecnologías de la información y la comunicación (TICs) suscita, desde hace bastante más de una década, un intenso debate acerca de las transformaciones económicas y sociales registradas en las sociedades industriales avanzadas. Aunque la producción académica e institucional que aborda estos temas es por demás extensa, hasta el momento, los análisis que dominan el debate dirigen mayoritariamente su atención hacia la incidencia del actual proceso de convergencia tecnológica sobre el mercado de trabajo, otorgando un énfasis especial al estudio de aspectos cuantitativos vinculados al potencial de las TICs para la creación o para la destrucción de empleos.
De allí, que otros aspectos imprescindibles para comprender la magnitud y la tendencia de los cambios producidos por la masiva incorporación de las TICs a la producción de bienes y servicios vengan recibiendo, relativamente, menos atención (Serrano y Crespo, 2001). Tal es el caso, de la reflexión acerca de la calidad del trabajo realmente existente en distintos entornos empresariales atravesados por procesos específicos de reestructuración productiva. Esta es una cuestión que va más allá de las preocupaciones sobre la cantidad de trabajo disponible en nuestras sociedades y que reclama una exploración exhaustiva de las nuevas formas de actividad emergentes.