¿Por qué no se discute el supuesto de que debemos aceptar al miedo como el motor de la política? ¿Por qué no se problematizan las implicancias políticas y sociales que en este tercer milenio produce universalización del miedo? Tenemos miedo a morir en un atentado, miedo a ser víctimas de la inseguridad, miedo a perder el empleo y sin embargo las políticas que llevan a cabo los gobiernos no intentan poner en cuestión los fundamentos del miedo o discutir si el miedo es la mejor manera de reaccionar. Para avanzar con estos problemas quizás sea fructífero volver a pensar esta relación a partir del interés que el pensamiento moderno ha mostrado por las pasiones y poder reconstruir una serie de discursos que hacen hoy eclosión en la voluntad de constituir una geopolítica global de las emociones, expresada sobre todo en la universalización del miedo.