Si hay un concepto en boga en las disciplinas sociales, ése es el de “biopolítica” –también mencionado como “biopoder” –. Desde su origen terminológico acuñado por Michel Foucault a mediados de la década del ‘70, este término parece identificar distintos aspectos vinculados a un entramado de aparatos que les permiten a los gobiernos hacer inteligibles aquellos ámbitos que se ven obligados a respetar, aunque precisan conocer, con la meta de gobernar al sujeto “población”. El concepto fue configurado por la forma con que se ha intentado racionalizar los problemas planteados a la práctica gubernamental a partir del siglo XVIII por los fenómenos propios de seres vivos constituidos como “población”: higiene, salud, natalidad, entre otros.
Existe sin embargo una importante polisemia en torno del fenómeno de la “biopolítica”, en particular por la multiplicidad de autores que han trabajado el tema en los últimos veinte años, como así también por la escasa conceptualización que brindó el mismo Foucault hasta poco tiempo antes de morir.
En esa multiplicidad de investigaciones respecto del biopoder, resta aún identificar indicadores que permitan una operacionalización que sustente empíricamente al concepto. También se percibe una utilización del término para el estudio de las relaciones internacionales –como en el ya clásico Imperio de Hardt y Negri (2002)–, pero aún con poca incidencia en lo que hace a la así denominada “guerra contra el terrorismo”, política devenida tras los atentados al World Trade Center, comúnmente conocido como 9/11, y que –así lo consideramos en este trabajo– podría interpretarse como una nueva manifestación de un biopoder en expansión.