La dictadura tuvo su política cultural y la de la clase que la sustentó. Tuvo sus jóvenes y sus músicos –y su música–, tuvo su teatro –que va más allá de la tarea “laboral” de los actores–, tuvo a sus “miembros del espectáculo”, y no se privó de sus intelectuales ni de sus periodistas (Mangone, 2011). La política cultural y comunicacional de la dictadura militar de 1976 fue clara y contundente desde su comienzo. Entre las primeras acciones, los canales de televisión pasaron a la administración de las fuerzas armadas, y no solo se constituyeron en una herramienta ideológica del gobierno de facto, sino que para ello se puso en marcha un proceso de prohibiciones, listas negras, artistas y periodistas empujados al exilio.