Toda la poesía niuyorriqueña –ya sea escrita en español, ya sea escrita en inglés, ya sea escrita en las tensiones, torceduras, derivas o tonos de una red de hablas provenientes de una lengua o de la otra– hace de su bilingüismo la marca más visceral de su doble extraterritorialidad. De un lado, estar fuera del territorio natal y del otro estar fuera de la lengua materna. Ante este doblez, ningún poeta niuyorriqueño parece doblegarse: se trata de una lengua que se dobla y no se rompe. Aun cuando el desmadre de la lengua se vuelva un hecho consumado, hay mínimas partículas de la dicción, pedacitos de sílabas, fulgores aunque maltrechos de una palabra que una abuela pronuncia en la cuerda fónica de la memoria, esto es, una lengua hecha y deshecha al mismo tiempo. Y sin embargo, así como la constitución de la identidad se vuelve la instancia compleja de un desplazamiento conforme se realizan la migraciones y diásporas en nuestra modernidad latinoamericana, así también la lengua es el lugar por antonomasia donde dejan sus huellas los flujos intermitentes de los cuerpos históricos.