Los escándalos de Cambridge Analityca y los debates en torno a los usos del sistema Big Data, cerraron la posibilidad de la pregunta acerca de la naturaleza de los trolls. Una denominación que en el lenguaje corriente remite a una técnica discursiva en la que se estructura un mensaje con la intención de confundir, irritar y provocar en un espacio de foro, chat o red social.
Así, la estrategia consiste en silenciar tópicos críticos y atacar con insultos, burlas o amenazas desde el anonimato de una cuenta de Twitter o un usuario falso de Facebook. En ese escenario, la sistematicidad y la viralización son claves, y la combinación con imágenes o videos profundizan el esquema de enjambre direccionado. El desarrollo de la estructura troll, entonces, está orientado a reprimir el discurso disidente, azotando a su emisor con insultos e injurias y enmarcado el límite del discurso social en torno a la abolición de los derechos y la exaltación mercantil de lo cotidiano.
La idea de atribuir la reproducción de los microfascismos a estructuras programadas o de call center, soslaya que el discurso es social, histórico y estrictamente, político. No obstante, cuando dejamos de ver máquinas, ejércitos y algoritmos, nos encontramos con lo inesperado: los contactos que conocemos en la vida real se distribuyen y se enuncian como trolls.