¿Hasta dónde puede el investigador, en verdad, acercarse al otro? Más aún, si ese acercamiento es posible, ¿qué lo hace valioso?¿qué lugar tienen el respeto, la escucha atenta, el deseo de comprender la enorme complejidad que se despliega en las respuestas a las preguntas hechas desde uno mismo, desde sus límites –existenciales, teóricos, metodológicos? Estos cuestionamientos son fundamentales si uno parte de la convicción de que en el ejercicio de investigación se acerca a la intimidad del otro, a una zona privada, sagrada, que generalmente permanece guardada, cerrada, protegida de las miradas curiosas, y que sin embargo, la investigación aspira a abrir y conocer, al menos, en parte. Hasta dónde llegará esa apertura, hasta qué punto el investigador será capaz de mirar, de sorprenderse, de entender, de preguntarse, es algo que se irá revelando a medida que avanza el mismo acercamiento. Dependerá de que se conjunten una serie de condiciones que propicien la confianza, además de la habilidad del investigador para acercarse, hacerse presente, interesarse, estar allí en el momento preciso, y observar, preguntar y, sobre todo, escuchar. A fin de cuentas, es investigación, pero también existencia, experiencia humana, intersubjetividad en pleno sentido. Allí reside, creo, su riqueza y, al mismo tiempo, su dificultad.