A lo largo del siglo XX, se construyó una lógica política asimétrica en la que emergieron y despuntaron sujetos y grupos hegemónicos que hicieron uso del conocimiento científico-tecnológico, para desarrollar prácticamente sin límite, la necesidad de consumir los bienes que producían. El viejo Estado-nación soberano y benefactor cedió el paso a un proceso de globalización creciente cuyos fundamentos están en el desarrollo y uso intensivo de ese nuevo conocimiento, que cambió los ejes de la articulación del poder económico y político, redefinió las prioridades políticas desde las lógicas hegemónicas y dio paso a una nueva configuración del orden mundial que obligó a la redefinición del carácter de la soberanía nacional de los Estados.
Proceso que se tradujo en una crisis explicativa de las ciencias sociales, crisis de los paradigmas, que hasta 1970 habían servido para interpretar la realidad social, pero que dejaron de servir para explicar lo que ocurrió desde entonces, con lo cual la pretensión de neutralidad, universalidad y objetividad devino más bien, en un alegato insostenible de carácter aleatorio, que solo puede sostenerse si recuperamos al sujeto y su historicidad.
Las nuevas necesidades impusieron renovadas dinámicas de organización del trabajo científico y académico e hicieron cada vez más evidente la urgencia de explicar los nuevos objetos desde otros ángulos de mirada, lo cual se tradujo en la exigencia de comprender la realidad desde otras ópticas, desde las cuales, comprender el tiempo es el eje indispensable para entender lo que ocurre, lo cual se traduce en la necesidad de recuperar la historia y con ello, el regreso del sujeto, como eje indispensable para reconocer las posibilidades de acción, para construir los futuros posibles.