La incursión de nuevas tecnologías de la información y la comunicación han potenciado la emergencia de los mapas en la vida cotidiana de los individuos. Nos topamos con ellos en aplicativos móviles con sistemas GPS, sistemas de información geográfica (SIG) privados o de código abierto y como trasfondo estratégico de geolocalización en las redes sociales, muchos de ellos en conexión con dispositivos inteligentes con los que interactuamos a diario. En efecto, los mapas han dejado de ser tan solo un documento con información sobre el territorio o un objeto de consulta en los Atlas nacionales o mundiales. Hoy, asistimos a procesos de geolocalización en el que las redes tecnológicas han hecho del mapa un instrumento de captura de información y análisis de todo tipo de procesos sociales, en el que los datos provienen de múltiples escenarios. Cada vez más, desde el plano de nuestra vida cotidiana, vamos produciendo datos de manera autónoma sobre lugares, acontecimientos, personas, gustos, etc. Como sabemos, toda esta información va haciendo parte de bases de datos nacionales y/o globales que funcionan en red para distintos fines.