Los discursos históricos en su mayoría han servido para justificar y legitimar un orden imperante. Así, desde la alianza cesaropapista (siglo IV) la iglesia sostenía en base al discurso providencialista una historia en movimiento teniendo como el motor único causal a la divinidad, donde la humanidad salida del seno de Dios tendría en su vuelta hacia él, la concepción histórica del drama de salvación.
La historia providencialista argumentaba que nada escapaba a la voluntad divina, siendo Dios el agente de todo suceso y acontecimiento, y estando la verdad plasmada en su voluntad y el reflejo material de dicha consecuencia; así la sociedad y sus dirigentes tal como se encontraban organizados y distribuidos eran la forma manifestada según el reflejo de la divinidad en la tierra, quedando imposibilitada a su vez toda forma o intento de alteración al “orden” debido a la implicancia de atentar contra el propio Dios y sus “favoritos”.