El creciente papel de la psicofarmacología en la vida cotidiana instaura cuestiones éticas, como, la influencia de la comercialización de drogas sobre las concepciones de la salud mental, de la normalidad y la sensación de una identidad personal cada vez más maleable que deriva de lo que Kramer llamó “cosmética psicofarmacológica”.
Los opositores de una farmacología cosmética creen que el uso de estos fármacos es poco ético y que es una manifestación de consumismo ingenuo.
Los defensores afirman que un individuo (y no el gobierno, o el médico) tiene el derecho a determinar si usa un medicamento con fines cosméticos.