Creo que la épica no hace sino, también, señalar otro paso traumático, que no se conquistó sin dolor y sin residuos dolorosos, que fue de la oralidad a la así llamada escritura o las escrituras, en la medida en que los plurales son más respetuosos de los matices y la diversidad. Murmullos de una agonía o gritos de un parto, formas de la comunicación asociadas al alarido del ataque, la alarma, la defensa o el coito, en fin, esas reacciones tan humanas como primarias: el miedo, la angustia, la amenaza, el fragor tempestuoso del deseo y del amor que aún nos gobiernan, como pulsiones o tensiones siempre productivas. El de Eros y Tánatos, en cuyo entremés figuraciones de la ternura resultan convincentes de que no somos solo seres brutales.
¿Por qué aludo a todo esto en una ponencia sobre literatura y literatura de Liliana Bodoc en particular, a un fragmento de su poiesis múltiple y afortundamente multipremiada? En principio porque gran parte de sus esfuerzos han estado orientados a recuperar tradiciones sepultadas, procesarlas con nuevas miradas y perspectivas actuales, con nuevos idiolectos literarios, pero respetando su vigencia, y en procesarlas hacia el orden de la forma novelística tal como hoy se la concibe.