Todo texto literario o no, todo discurso que circula en él puede ser nuevamente escuchado. Es decir, todo texto literario o no, merece una relectura, máxime cuando no ha sido lo suficientemente visibilizado por la crítica. Incluso la categoría de texto en cuanto enjambre de otros merece ser nuevamente oído, reescrito por la crítica. Volver a pasar, re-pasar el enjambre, destejer y tejer nuevamente. Si es posible dejar un punto suelto para tomar de allí para poder desarmar y rearmar y volver nuevamente repetir la operación que ya nunca será idéntica; sobre todo es posible dejar a propósito, como camino metódico, la soltura, un hilo por donde volver a tejer.
En primer lugar revisitar el exilio, como hilo de un texto mayor, como hipertema tuvo un gran auge en las investigaciones literarias de las academias nacionales argentinas en la década del ochenta y noventa del siglo pasado ya sean con investigaciones de nuestra literatura e in extenso en el Cono Sur para luego dejar paso a los procesos de memorización y los Derechos Humanos en el nuevo milenio. Así, el exilio político como problema a ser auscultado desde la investigación académica literaria disminuyó ante el auge de la agenda anterior; en las décadas citadas el acento estaba puesto en el sentido épico de los exiliados hasta que en 1981 la publicación de El jardín de la lado, de José Donoso, produce un profundo debate iniciado por Ángel Rama en La riesgosa navegación del escritor exiliado (1984); debate que giró en torno a si un autor que no tuvo problema alguno con la dictadura chilena podría asumir desde la literatura un tema semejante y cuestionar ciertas prácticas militantes en el destierro. Por otra parte, por el mismo año Juan Gelman expresó “combatir a la lengua/que combate el exilio” (1980) y con estos versos abrió, instaló el exilio de los escritores, cuyo perfil político como enemigos de la dictadura fueron obligados a dejar su país. Antes de Donoso en Chile y la poesía de Gelman en Argentina, desde su exilio mexicano, Theodor Adorno escribió en Mínima Moralia (1998) que el único territorio seguro en dicha situación es la escritura. Los autores evidenciaron entonces la tensión entre literatura/política que fue consecuencia del autoritarismo y un dispositivo central de la biopolítica de los regímenes dictatoriales; a su vez es posible inferir cómo el trabajo con la escritura desbarata dicha bipolaridad. En consecuencia, considero que se trata en todo caso de opciones poéticas para dialogar con lo político desde la literatura.