El exilio político representó para miles de chilenos y chilenas una imagen traumática de desalojo forzado, de desvinculación patria, de lejanía familiar, cultural y social. El castigo conmutado encendió nuevas perspectivas de vivencia culposa y mantuvo la latencia de la derrota. Sin lugar a dudas que esta experiencia de salida obligada del seno protector, de la búsqueda apresurada de la vida, de la escapatoria de la represión, significó, y lo sigue haciendo, una práctica dolorosa y continua que se impregnó en la vida misma de los militantes exiliados. En muchos casos, existió una sensación culposa de la pena, en comparación a los ejecutados y desaparecidos. La salida del país era un icono menos punitivo y los exiliados debían convivir con ese yerro. Como menciona María Carmen Decia, el exilio es menos visible que los castigos físicos, se convierte en una afrenta íntima.