La lucha contra el alcoholismo, la preocupación por desterrar ciertas prendas de vestir, los esfuerzos por propagar hábitos de higiene personal, así como la estricta reglamentación de ciertos espacios de sociabilidad informal fueron preocupaciones abordadas de forma recurrente por la prensa obrera. Los dirigentes artesanales, herederos de muchas de las implicancias del discurso ilustrado, llamaban a los trabajadores a abandonar el hábito de emborracharse y a presentarse a trabajar el día lunes, aduciendo que la “taberna no produce nada bueno; en ella se pierde el dinero, la vergüenza y la salud”. Asimismo, celebraban que “la blusa de lino o de dril, perfectamente limpia, ha sustituido a la legendaria cotona y al indispensable sarapito embrocado al cuello o echado al hombro izquierdo, lo mismo que el pantalón ha desterrado al ancho calzón de manta, y el calzado al típico huarache”.
En este contexto de preocupaciones, entendemos que el análisis de las connotaciones del vestido y del problema del alcoholismo se convierte en un observatorio privilegiado para comprender las particularidades de los proyectos moralizadores del gobierno porfiriano y la forma en que estas iniciativas interactuaron con los hábitos y costumbres de las clases trabajadoras urbanas. La recuperación de este juego dialéctico de imposiciones y resistencias constituye un observatorio privilegiado para reflexionar acerca de las costumbres y las negociaciones culturales, los prejuicios y las jerarquías sociales propias de la ciudad de México a fines del siglo XIX.