El tema de la gloria aparece inseparablemente unido a la consideración de las virtudes del político. Integra así la idea rectora de la obra, la virtud de los gobernantes. La recompensa del gobernante que cumple su deber es aquí la gloria yen el más allá la apoteosis. En lugar de limitarse a un mundo terrenal, histórico, Cicerón abre la escena a las dimensiones cósmicas y a la inmortalidad. Se destacan dos ámbitos, el terreno y el eterno. Comenzando por el primero señala en el proemio la importancia de la actividad política, pero sobre todo la generosidad de la virtud política y en consecuencia la excelencia de esa misma virtud convocada por el espíritu divino.