Desde hace algún tiempo, entre los años ochenta y noventa del siglo XX se ha visto en el contexto de la filosofía estética francesa el despliegue de estéticas de corte naturalista, herederas del marco teórico evolucionista al que Charles Darwin y posteriormente la estética filosófica de John Dewey de principios de siglo XX contribuyeron en cimentar. Tal es el caso del filósofo francés Jean-Marie Schaeffer, quien erige su estética naturalista (Schaeffer, 2009) en rechazo a las por él denominadas “teorías especulativas del arte”, y a la que considera necesario sustentar mediante estudios empíricos y experimentales provenientes de otros saberes tales como la etología, la psicología cognitiva, las neurociencias y la biología (Schaeffer, 1996, 1999, 2009, 2015). Según afirma Schaeffer en Adiós a la estética (2000), su estética atravesada por la interdisciplinariedad no es ya una doctrina filosófica, sino otra cosa. Pues para él, una estética naturalista como la suya y necesariamente fundada en los aportes de diversas disciplinas, requiere aceptar que se pierde la exclusiva de un análisis para el que sólo la tradición propiamente filosófica de la reflexión estética era pertinente. Marc Jiménez (2005), crítico de la estética schaefferiana, insiste en que ésta, de extrema radicalidad, más allá de la interdisciplinariedad que la constituye y en la que se funda, pretende directamente un rechazo, sustitución y liberación del discurso filosófico y de sus teorías estéticas sucedidas a partir del siglo XVIII. (2005, p. 222).