Desde la polémica propuesta schilleriana de una democracia estética, fundada en la educación sensible de una humanidad en camino hacia la libertad y la emancipación, han pasado ya más de doscientos años. Allí la experiencia de lo bello fue vinculada al ejercicio de la moralidad humana y, por ello, a la libertad. En este sentido es que Schiller propone una educación estética como vía para la resolución del problema político, pues es ese tipo de experiencia la que permite la igualdad y el equilibrio en la vida, al liberar las relaciones de dominancia y subordinación entre razón y sensorialidad. Esta propuesta ha sido catalogada desde perspectivas iluministas y materialistas como idealista o utópica. Sin embargo, en diversos momentos del desarrollo moderno y contemporáneo del pensamiento filosófico sobre lo político y lo humano han resurgido algunas de las claves propuestas por tal concepción y el protagonismo de lo artístico, en su sentido restringido de las bellas artes o en uno más amplio de un arte de la vida. En tales reediciones parece cobrar fuerza. La propuesta pragmatista de John Dewey en el primer cuarto del siglo XX y la elaboración posmarxista de Jacques Rancière ya en el siglo XXI son dos casos de ese resurgimiento que pone la integralidad de la experiencia humana en el mundo, la igualdad democrática y la capacidad de acción de los seres humanos en el centro de la escena.