En 1983, Raúl Alfonsín asumió el gobierno tras ganar las elecciones convocadas por la dictadura militar para garantizar una retirada ordenada de las fuerzas armadas. La refundación de las instituciones democráticas, la plena vigencia de las libertades públicas y el respeto por el disenso dentro del pluralismo político fueron las banderas del nuevo gobierno democrático. Así, el nuevo discurso ético del radicalismo marcó el fin de una época.
Durante el gobierno de Alfonsín se generaron numerosas iniciativas tendientes a alentar la participación ciudadana. Para ello fueron puestos en marcha diversos proyectos para promover la autogestión de los destinatarios en la resolución de problemas relacionados con áreas prioritarias de desarrollo social, como salud, vivienda y educación. En el área cultural, respondiendo a la misma preocupación, se diseñaron una serie de propuestas orientadas a democratizar y diversificar el consumo de bienes culturales (tradicionalmente reservado a las élites).
Así, con la nueva etapa que se iniciaba en 1983, el radicalismo buscaba incorporar nuevos elementos a su “cultura política”, pretendiendo la superación de las viejas estructuras partidarias, caracterizadas por clientelas electorales y punteros. Estos elementos se encontraban vinculados fundamentalmente al énfasis en la movilización y a la apertura del partido hacia los sectores juveniles. Este sector, también era disputado por otras fuerzas políticas, como por ejemplo el Partido Comunista, a través de su órgano juvenil la Federación Juvenil Comunista. En este sentido, con símbolos, discursos, estrategias y prácticas diversas y disímiles, ambas fuerzas se disputaban a la juventud para dar forma y contenido a la nueva “cultura política” que el país requería.