En gran medida la crítica feminista reciente a la construcción social y desigual de las relaciones entre géneros se enmarca en un rechazo posmoderno del sujeto como concepto rector de un sistema jerárquico, esencialista y falogocéntrico. Es así como gran parte de las paradojas del feminismo, entendido como teoría y práctica, abrevan en lo que consideramos una de las tensiones fundamentales del pensamiento político contemporáneo: la disyuntiva entre, por un lado, una pureza y coherencia teórico-políticas pero la inacción, y por el otro, el riesgo de actuar y recaer en lo criticado. Es decir, en la medida en que, de alguna manera, la acción política sigue requiriendo alguna figura de sujeto agente, se plantea, para quienes buscan desbordar esa subjetividad, un horizonte complejo: el de preservar la agencia, transformando al sujeto, construyendo uno nuevo.
Si puede pensarse que este es el mayor desafío del pensamiento político actual, con mayor razón creemos que se halla, por derecho propio, en el corazón de la teoría y prácticas feministas. En el camino a la emancipación, es preciso ante todo cuestionar los mandatos y moldes que nos han constituido como mujeres subalternas; pero, para ello, debemos y elegimos pararnos en esa identidad femenina y subalterna, como principio y estrategia política paradójica. La crítica – la propia voluntad de crítica– nos conmina a deconstruirnos como mujeres, pero la acción política, que reconocemos necesaria, nos obliga a pararnos inequívocamente en una cierta forma de subjetividad agente.
Trataremos, pues, de poner en diálogo reflexiones y experiencias diversas en el intento de repensar el rompecabezas político por un mundo mejor; para ello, consideramos imperioso encontrar una reelaboración – siempre una traición– de las viejas ideas de sujeto y poder, es decir, maneras otras de situarnos en el mundo y actuar en él, de relacionarnos. Tanto en el pensamiento político como en círculos feministas se han imaginado y defendido una rica variedad y cantidad de figuraciones alternativas del impugnado sujeto moderno. En esta oportunidad elegimos ensayar, como ficción de turno, la noción de subalternidad buscando con ella pensar una agencia política novedosa de una otra marginada que parte de la reinvindicación de su otredad, de la multiplicidad, el cambio, la diferencia; que no las fagocite, sino se funde en ellas.
Podríamos decir que el concepto nos permite conjugar dos necesidades teórico-prácticas del feminismo, así como en su momento, al ser reivindicado por Antonio Gramsci, respondía a necesidades análogas en la tradición de un pensamiento de izquierda: por un lado, seguir dando cuenta de relaciones de poder injustas. En este sentido, el sub-alterno es – literalmente– el otro menor, inferiorizado, pero necesario y constitutivo de la relación de poder: son esas “zonas ‘invivibles’, ‘inhabitables’ de la vida social que, sin embargo, están densamente pobladas por quienes no gozan de la jerarquía de sujetos, pero cuya condición de vivir bajo el signo de lo ‘invivible’ es necesaria para circunscribir la esfera de los sujetos” (Butler, 2002: 20). Pero, por otro lado y sobre todo, dar cuenta también de la fragmentación de ese otro, que ya no puede ser pensado como un bloque oprimido, único y homogéneo. Si lo subalterno no se funda ya en lo idéntico, ni en lo común; su unidad no se logra por subsunción. Se tratará de pensar entonces otras maneras de conjugar este sujeto político colectivo, sobre bases abiertas y heterogéneas.