La concepción del honor familiar y femenino que era corriente entre los grupos sociales dominantes, cuyas condiciones de vida diferían radicalmente de los estratos inferiores de la población, los impulsó a presionar a esos grupos subalternos cuando se apartaban de la norma, norma asumida por los dominantes y al mismo tiempo instrumento de dominación hacia el interior de la elite, es decir sobre su parte femenina y hacia el exterior, las mujeres y los hombres pero en especial las primeras, pertenecientes a las clases populares, esenciales para la realización de toda clase de tareas y al mismo tiempo en estrecho contacto con la familia de los empleadores, por lo que podían poner en juego la honorabilidad de la casa. Los principales elementos de la concepción del honor con la que debimos tratar consisten en la exigencia de una total castidad sexual por parte de las mujeres, es decir la negación de toda posibilidad de actividad sexual femenina fuera del matrimonio, salvo en el caso de la prostituta. La doble norma moral de la que se habla en la bibliografía consultada nos sale al encuentro en el caso de Córdoba, las mujeres son las depositarias del honor masculino, los hombres de la familia deben velar por él y cuentan para ello con la colaboración de las mismas mujeres, en especial las "venerables matronas" de las clases superiores que se encargan de cumplir el rol de vigilantes alertas y formadoras de costumbres de sus hijas y subordinadas. Las mujeres de los grupos subalternos debían tener como ejemplo a aquellas que se constituían en autoproclamado modelo a seguir, si bien como hemos señalado reiteradamente, sus condiciones de existencia eran totalmente diferentes. Las mujeres de los sectores populares habitaban en precarias viviendas cuando no residían con sus patrones y aún en esos casos eran las habitaciones más reducidas, mal ventiladas y en condiciones de hacinamiento la mayor parte de las veces, compartiéndolas con otros empleados o miembros de la familia del empleador. Encontramos habitaciones sin puertas o sin cerraduras, simples cortinas, sin intimidad posible, ventanas por las que entraba el frío de la helada invernal, mobiliario sumamente reducido y precario, jergones para dormir, rudimentarios colchones sobre tablas y adobes, un pequeño baúl para guardar los efectos personales. Mientras las mujeres de la elite seguían la moda a través de los periódicos y las ofertas de las principales tiendas, sus subordinadas contaban con opciones limitadas, muy pocas mudas de ropas, restos de la vestimenta de la familia a la que servían, su alimentación era deficiente, al mismo tiempo debía realizar continuos esfuerzos físicos. En efecto, las tareas diarias de estas mujeres se desarrollaban a lo largo de una prolongada jornada, ya descripta, que comenzaba al alba y finalizaba cuando la familia ya se había retirado a dormir, acarrear leña y agua, cocinar, planchar, barrer y limpiar habitaciones y otras dependencias, cuidado de los animales. Las mujeres de la elite, mientras tanto, contaban con habitaciones adecuadas, mobiliario suntuoso y las comodidades que permitía el confort de la época.