Hay, en el primer libro de poemas de Seamus Heaney, Muerte de un naturalista, doce poemas que presentan, de maneras diversas, una figura de infancia, es decir que un tercio del poemario está vinculado con esta imagen. Luego del primer poema, “Cavando” (“Digging”), que funciona como un ars poetica y que presenta a un yo lírico que observa a su padre en la tarea de cavar la tierra para cosechar papas y que culmina con el siguiente terceto:
Entre el pulgar y el índice
La regordeta pluma se acomoda.
Yo cavaré con ella.
nos encontramos con diez poemas seguidos en que el trofeo que aparece como resultado del trabajo de excavación son escenas de infancia. El primero de ellos, “Muerte de un naturalista” (“Death of a Naturalist”), es el que da título al libro. Allí, en pasado, el yo lírico narra un suceso de infancia: un yo niño que, después de haber tomado unas huevas de rana y haberlas guardado en un frasco, se encuentra con una gran cantidad de ranas en una charca. El niño, al observar sus sonidos y movimientos, siente asco y miedo, y sale corriendo. Allí muere el naturalista en potencia para dar nacimiento, podríamos decir, al poeta.
Pero lo más interesante, lo poco común, más allá de la anécdota en la que se cruzan también el característico paisaje pantanoso de Irlanda, su flora, fauna, su sonografía, es el modo sutil en que el yo se desliza (y nos lleva a nosotros con él) desde su visión de adulto hacia el estado infante, resaltado el recorrido por los dos últimos versos del remate del poema, y condensado en la elección del verbo:
Sentí náuseas, me di la vuelta y salí corriendo. Los grandes reyes del légamo
Se habían reunido allí para vengarse y yo sabía
Que si hundía la mano, la atraparían las huevas.
Es ese “yo sabía” (“I knew”), esta precisa elección léxica que manifiesta toda la actitud de Heaney hacia la infancia, la que puede leerse como un núcleo fundamental de su poética: la infancia como territorio multivalente, nudo de imágenes, sensaciones, afectos, una cartografía de intensidades variables.