La vida se caracteriza por el cambio y, más singularmente, por su irreductibilidad a ser definida. Es condición del hombre observar, asombrarse, comprobar y, en último término, rotular lo visto y experimentado, con una definición que lo deja por algún tiempo satisfecho. Por supuesto que no existe conformidad del todo con esta manera de afrontar las cosas; ya sea porque una transitoria aceptación definitoria le sirva deliberadamente para abarcar otros campos, o porque deliberadamente, también, deja lo definido para volver sobre el tema con renovadas experiencias. Lo cierto es que, a medida que las cosas cambian por propia naturaleza, lo definido queda a veces como un rezago no siempre reajustado a la transformación observada que se quiere por ese medio retener o clasificar.