El empeño de perfeccionamiento del educador, sea por inspiración propia o por decisiones de alto nivel, supone apetencias por experiencias concretas, necesarias y legítimas, que produzcan no sólo progreso informativo, sino una situación de cambio estructural, para sus futuras decisiones en la enseñanza. Esto es, no sólo un inventario o repertorio de experiencias “de otros”, sino un repliegue sobre su “mismidad” para tomar conciencia de ese cambio (disposición más aptitud) y proyectar la imagen que hoy más que nunca reclaman los procesos que tan violentamente inciden en la formación de la niñez y de la edad juvenil.