Ya desde “Un dique contra el Pacificó’, la obra de Marguerite Duras otorga, a lo concreto de los espacios geográficos, una de las posibilidades de generar su transgresión escrituraria. Hablo de una posibilidad pues no es la única y quizá no la más evidente que utiliza para transgredir. Sin embargo, por no serlo, ayuda a profundizar los silencios con los que la autora francesa estructura su decir. Un decir que deconstruye el concepto de identidad, creando, a través de las palabras que conforman su corpus y, también, cuando trabaja con el apellido Duras, -que la identifica-, un nuevo territorio en el cual da forma a lo que llamo “Estética de la Perversión", gracias a la cual logra conjugar el poder de los bordes por donde se desliza su escritura.