Una naturaleza muerta connota el horror de la descomposición. Es, sin dudas, una suerte de contradicción; la unión de la vida y la muerte, de la presencia y la nada. Apariencia estática que intenta mostrar una belleza eterna que, en realidad, apenas alcanza a sostenerse. «Elemento viviente fijado en la inmortalidad estética del cuadro que es el mundo, la mujer se mira (subjetiva y objetivamente) como naturaleza muerta», dice Anne Juranville. Existe en el enmascaramiento femenino una fetichización del rostro y del cuerpo. Este enmascaramiento se extiende por toda la superficie hasta cubrirlo por completo. El cuerpo, adornado, esplendoroso de belleza, se presta así al juego de las apariencias. Lo real no es sino lo irreal. Como en una naturaleza muerta la tensión entre lo visible y lo invisible; lo perdurable y lo transitorio; lo real y lo irreal; la plenitud y el vacío; la apariencia y la existencia; la belleza y la podredumbre; el eros y el tánatos, está presente.