El cuerpo, sometido a restricciones, censuras y enfermedades sociales e individuales, pertenece a un doble dominio: el de la naturaleza y el de la cultura; es, a la vez, fusión de la densidad histórica y de la trama orgánica. El cuerpo en la literatura es un cuerpo socializado, tributario de instituciones y de poderes. Los jeroglíficos que ostenta lo ubican en el centro de una estrategia social: vestimentas, costumbres, maquillajes, juegos mundanos, llevan al cuerpo socializado a un juego de simulacros en los que se agota la existencia humana. Los cuerpos parciales o metonímicos, nacidos de sistemas y discursos, revelan estrategias con fines diversos detrás de los cuales está el poder: la salud, la resurrección, la productividad racional, la sexualidad liberada, dice Baudrillard, en L'échange symbolique et la mort. Los textos literarios, como espacios de rechazos, de contradicciones y de fantasmas, son campos privilegiados para atisbar esa ficción inacabada que es el cuerpo real.