Las exclamaciones de Baudelaire contra los artistas de su tiempo dan cuenta del fenómeno que paulatinamente ha irrumpido, mediado, impulsado y enriquecido a veces (pero también debilitado como nunca antes) el campo del arte: se trata, claro está, del predominio ineludible del mercado. Así lo expresaba el poeta francés a mitad del siglo XIX: “El artista, hoy y desde hace ya varios años, es, a pesar de su falta de mérito, un simple niño mimado” (Baudelaire, 2009, 74). En efecto: si en los tiempos de Baudelaire era ya evidente que la razón técnica y consumista se imponía como el nuevo orden del mundo, en la posmodernidad el mercado y la industria se han instaurado como un nuevo tipo de mecenazgo en el campo del arte, convirtiendo al artista en ese “niño mimado” del que nos habla Baudelaire. Si bien es cierto queel arte nunca escapó al ámbito mercantil y a las reglas que este impone, es verdad también que en las últimas décadas el circuito artístico ha sido diezmado por los grandes emporios empresariales y multinacionales, que mediante transacciones millonarias y la inevitable fetichización de los productos artísticos han suplantado, en su mayoría, cualquier valor simbólico o estético que pudiese tener una obra de arte por apreciaciones ligadas a la competencia y la propaganda. Es precisamente en este desborde del rol del mercado en el arte, y su tendencia a fagocitar tanto las obras como las aspiraciones del artista, en lo que focaliza Michel Houellebecq en su quinta y muy celebrada novela, El mapa y el territorio (ganadora del premio Goncourt 2010).