En el discurso de recepción del Premio Nobel (2008), J.-M. G. Le Clézio se preguntaba por qué uno escribe. En su caso, de su primer viaje por África trajo no tanto la materia de sus futuras novelas, sostenía, sino una suerte de segunda personalidad, soñadora y a la vez fascinada por lo real, que lo acompañó a lo largo de toda su vida y que fue la dimensión contradictoria, la extrañeza de sí mismo que algunas veces sintió hasta el sufrimiento. Es posible entonces pensar que su escritura está incondicionalmente ritmada por el ailleurs como en Voyage à Rodriguez (1986), Désert (1980), Le chercheur d’or (1985), Gens des nuages (1997), entre otros títulos.
En el caso de L’Africain (2004), el ailleurs se vincula también con los propios orígenes. L’Africain es un libro de recuerdos del primer viaje de Le Clézio para conocer a su padre, Raoul Le Clézio, médico británico en servicio durante veintidós años en África, primero en Camerún y más tarde en Nigeria. Con solo ocho años, Jean-Marie Gustave viaja con su hermano y su madre durante dos meses en barco para finalmente encontrar a su padre. El libro es el relato de este viaje, del encuentro con su padre y del descubrimiento de este continente, del año en Nigeria donde vivió la parte más memorable de su infancia (Le Clézio, 2004, p. 99). Son recuerdos que exploran la “herencia africana” recibida, una herencia carnal que marca un antes y un después en su vida: “Si je n’avais pas eu cette connaissance charnelle de l’Afrique, si je n’avais pas reçu cet héritage de ma vie avant ma naissance, que serais-je devenu ?” (Le Clézio, 2004, p. 103).