En un provocador artículo titulado "Democracia y Verdad Moral", (La Nación, 1-6-86) que sintetiza los argumentos expuestos en Ética y Derechos Humanos (Buenos Aires, 1984), Carlos Nino plantea una vez más el viejo problema de la relación entre el derecho y la moral. Reconoce "que el derecho positivo, o sea lo prescripto por las autoridades estatales, no se autojustifica sino que necesita estar moralmente justificado para que tengamos una genuina obligación de observar sus mandatos". Rechaza por igual lo que califica como dogmatismo y relativismo ético, y propone como solución alternativa sostener" que no se accede a la verdad moral por un proceso solitario, o sectario, de revelación, intuición o aun de reflexión o razonamiento individual, sino por un proceso colectivo, abierto y público, de discusión libre y racional entre todos los posibles interesados, de modo que el consenso que se obtuviera como resultado de esa discusión gozaría de una fuerte presunción de que refleja aquella verdad moral. Esto sólo puede ser así si la verdad en materia moral está dada por la aceptación hipotética de principios éticos por todos los afectados por ellos en el caso de que fueran plenamente imparciales, racionales y conocedores de los hechos relevantes", concluyendo que "la democracia es un método apto de conocimiento ético y sus conclusiones gozan de una presunción de validez moral". Esta tesis mereció una crítica por parte de Martín Farrell (La Nación, 6-7-86) oportunamente respondida por Nino. Como pienso agregar, con Nino, que el acceso a la verdad moral es el resultado de un proceso colectivo, abierto y público, de discusión libre y racional entre todos los posibles interesados me propongo terciar en el diálogo aportando las razones de mis acuerdos y discrepancias.