La discusión de Schiller y Schlegel, bajo el tratamiento dado por los críticos ingleses, lleva a invertir la noción típicamente romántica de la obra de arte como expresión de la personalidad, donde el poeta es protagonista de la obra y poseedor de sentimientos y emociones que proyecta en sus objetos. Ahora, como dice Schiller, el objeto posee al artista, operación que es posibilitada por una retracción de su yo. Pero hasta John Keats todo esto se reducía -al menos en Inglaterra- a la consideración del carácter de Shakespeare. Es Keats quien universaliza esta noción y define a la impersonalidad como condición poética en general. Keats va forjando estas ideas a lo largo de su correspondencia de los años 1816- 1820. En una carta de 1817 señala que el poeta no tiene a proper self, un yo fuerte. Como contrapartida, tiene la posibilidad de empatizar con lo que lo rodea. “Si un gorrión viene ante mi ventana tomo parte en su existencia y picoteo en el ripio”, escribe. A menudo dice sentirse invadido por la personalidad de parientes y amigos. De esta disposición psicológica, estudiada en la psiquiatría de nuestro siglo, Keats deriva los principios de su poética.