Ha llegado ya a adquirir los caracteres de una verdad inconcusa, el principio de que el fin de la enseñanza, no debe reducirse a impartir meramente la educación intelectual. Todos convienen hoy sin dificultad en que ella por sí misma, no es en absoluto capaz de preparar al hombre para la vida y en que, como expresa Guyau («La Educación y la Herencia», pag. 162) «lejos de moralizar, lleva muy a menudo a hacer gentes desorientadas y sin idea moral fija».