Por un lado, que en un mundo plagado de distracciones, nosotros continuemos el camino elegido con el objetivo de base de saber de qué están hechos los sonidos de habla y hasta qué punto los recursos prosódicos se van enhebrando a ellos. Es necesario porque, como siempre reitero desde un punto de vista práctico, la oralidad es la carta de presentación que mejor o peor nos representa, y hay que cuidarla con el mismo espíritu selectivo con que cuidamos la selección pragmática de las palabras en las distintas situaciones comunicativas. Por otro lado, para poder brindar una mejor cartografía, sobre todo en esta última perspectiva, queda mucho por hacer. En este sentido, creo que hemos ido despacio pero con pie firme, indispensable para transitar un terreno tan resbaladizo y complejo como el prosódico. Las estrategias empleadas han sido correctas, porque hemos trabajado a partir de datos más controlables, para luego abrir el análisis a datos propios del habla natural, y así mayor cercanía a una prosodia basada en el uso.
Sabemos que la potencia caracterizadora de la Fonética, con la compañía siempre fiel de la Fonología, permite revalorizar los aspectos de una pronunciación proclive a responder a las necesidades de las distintas comunidades. Lo que no sabemos (y esto refuerza lo hecho) es hasta qué punto puede convencionalizarse este acompañamiento prosódico, cuando la unidad de análisis lingüístico es el acto de habla que refleja una mayor y más pura expresividad.