Hace bastantes años Ynduráin (1964, p. 2) advertía que “nuestro lenguaje cotidiano está lleno de los llamados ‘bordoncillos’ o ‘muletillas’ que, en efecto, son apoyaturas sobre las que vamos descansando y tomando impulso en el esfuerzo de hablar”. Tal afirmación, que podría entenderse en una lectura apresurada del texto de Ynduráin como una opinión más entre las defendidas por las gramáticas tradicionales (donde estos “bordoncillos” aparecen descritos como una especie de sucedáneos de pausas de “relleno” u oralizadas) constituye, sin embargo, una auténtica reivindicación de su valor discursivo, ya que para Ynduráin “su empleo en la conversación la dota de un medio social, de una situación determinada, de donde, con la cooperación del gesto y el tono, pierde imprecisión y gana en poder alusivo”.
Ahora bien, a pesar del intenso esfuerzo realizado en los últimos 20 años en relación con la descripción de los marcadores discursivos, rara vez los estudiosos han dirigido su atención hacia el aspecto fónico (el significante) de estas partículas. Cuando hablamos de “aspecto fónico” no nos referimos solo a la fisonomía segmental o acentual de los marcadores (número de sílabas y fonemas, su carácter átono o tónico) sino, principalmente, a su comportamiento suprasegmental o prosódico, es decir, al “tono” al que aludía Ynduráin en la cita previa.
Lo que parece claro, pues, es que, frente a la ingente serie de artículos, obras monográficas e incluso monumentales trabajos lexicográficos sobre marcadores (DPDE; Santos Río, 2003; Fuentes, 1998 etc.), cuyo centro de interés es el aspecto morfosintáctico o, en su caso, pragmasintáctico, son todavía muy escasos los estudios sobre la incidencia del componente prosódico en el valor específico de tales partículas.