En los últimos tiempos, la zozobra ha cundido en el mundo de las artes y de la inteligencia. Este territorio —más bien recoleto y arcádico, pese a la incesante contienda entre doctrinas, tendencias o manifiestos— se ha visto trastornado por la propagación incontenible de un supuesto flagelo que según los anuncios difundidos pone en peligro la subsistencia misma de sus habitantes: en el baluarte exquisito y al parecer inexpugnable de lo que tradicionalmente se consideró la Cultura por antonomasia ha hecho irrupción ese monstruo devorador que se llama “masificación”. Uno de los primeros atalayas que, ya en 1930, dio la voz de alarma ante la inminente calamidad fue Ortega y Gasset en La rebelión de las masas, toque de atención con atisbos funestos cuyo mensaje, dirigido a las sobrecogidas “minorías selectas”.