Las lenguas, vehículos de ideas, deseos y emociones, permiten la comunicación entre los hombres. Pero la inmensa diversidad de lenguas existentes en el mundo, a través del tiempo y del espacio, entorpece esa posibilidad: es obvio que un hombre sólo puede dominar un reducido número de lenguas y que los hablantes de las distintas áreas lingüísticas no pueden entenderse directamente. A su vez es innegable que la incomprensión de los pueblos constituye una barrera que fomenta la dispersión y la separación. Por eso, desde tiempos remotos, los hombres tuvieron que recurrir a la traducción.