El estudio de la identidad en las ciencias sociales, más allá de la posibilidad de rastrear tradiciones intelectuales precedentes a lo largo de los siglos, comienza tanto en su expresión individual/psicológica o colectiva/sociológica en la década de los 60 ́ del siglo XX. Sin caer en una riesgosa posición reduccionista, podemos decir que, la mayor parte de las propuestas teóricas con respecto a la identidad han reposado en el supuesto de que la identidad trata de un "algo", un rasgo, característica o atributo, que los individuos o los grupos sociales poseen. La forma en que los individuos o los grupos adquieren, mantienen y reproducen dicho atributo, ha sido el principal objeto de divergencia entre las diversas teorías. Autores como Brubaker y Copper (2001) han señalado que incluso las perspectivas constructivistas o posmodernas, encausadas en derrumbar los pilares “esencialistas” que sostenían dichas teorías de la identidad, han recaído igualmente en una concepción de característica atributiva, sobre la identidad. Entendiendo la identidad por fuera de las teorías atributivas, aparece la alternativa de la perspectiva relacionales. Estas conceptualizan a la identidad como un tipo de relación particular que se da entre un individuo y un grupo. Estas relaciones se teorizan como determinadas por las diferentes formas de relación que existen entre los individuos y los grupos, ya sean bajo reglas, códigos o sistemas de valores compartidos. La relación entre los grupos identitarios y los individuos que los conforman entablan una relación dialéctica. En este trabajo, buscaremos describir a grandes rasgos ambos paradigmas, para luego centrar el análisis en una de las propuestas de tipo relacional. Nos referimos a aquella que encuentra fundamento en las teorías de la complejidad. De esta forma, a través de los aportes conceptuales de autores como Axelrod (2004) y Holland (2004), propondremos una vía alternativa para la reflexión en torno a los procesos identitarios.