Una obra de arte jamás irrumpe en el mundo sola, desnuda. Como espectadores accedemos a ella atravesando instancias discursivas que nos confirman su pertenencia al territorio del arte y nos dan claves para que la asimilemos como tal. Esa categorización no se produce de una vez y para siempre, sino que es determinada histórica y culturalmente. Porque, que algo sea una obra de arte, depende tanto de sus atributos físicos como de las atribuciones de sentido que la actividad intersubjetiva impulsa sobre ellos.