La propuesta de escribir un libro de sección comenzó, como toda propuesta colectiva, sin una fecha precisa ni un momento clave. Se trató más bien de dar respuesta a una necesidad áulica que, de a poco, y tras variadas conversaciones veníamos advirtiendo: entre los materiales de cátedra, los ejercicios, los procesos de enseñanza y aprendizaje y los textos fuente -siempre se trata de los textos fuente- quedaba una palabra sin aparecer. Una palabra que podríamos llamar “fronteriza” con respecto a las prácticas desarrolladas en el aula, una palabra difícil de incorporar como contenido central de los programas a la par de las fuentes, pero que al mismo tiempo brindaba una posibilidad muy atractiva para continuar con el pensamiento, la problematización y el intercambio de ideas. Cuando las conversaciones con estudiantes y entre docentes nos permitieron ver que la incorporación de algunos de estos temas, problemas y debates en las clases generaba nuevas posibilidades de encuentros significativos con los contenidos de la enseñanza, así como un mayor reconocimiento de la construcción colectiva de saberes y prácticas en el ámbito de una comunidad democrática, el deseo de convertir estas experiencias en un libro surgió también como necesidad.