Los resultados de nuestra encuesta de mayo pasado muestran una diferencia clara entre estudiantes y docentes a la hora de evaluar la virtualización llevada a cabo este año: aproximadamente el 60% de las 222 respuestas de docentes afirman que aprendieron mucho en este proceso, que la relación con sus estudiantes (y sus familias, cuando fue el caso) fue estresante pero positiva, y el 80% dice haber recibido suficiente apoyo de las instituciones en las que trabajan. Por su parte, 60% de las 580 respuestas a nuestra encuesta de estudiantes indica que este grupo sintió que el esfuerzo que requieren las clases virtuales es mayor que el de las presenciales, que reciben una ayuda entre baja y media de parte de sus docentes y que están aprendiendo menos. Claramente, como decíamos en nuestra entrega anterior, las respuestas de estudiantes reflejan una experiencia sustancialmente menos alentadora.
Esto es una paradoja porque las herramientas virtuales, bien empleadas, permiten personalizar la educación mucho más que la clase presencial, en la que solo hay tiempo para atender al conjunto, y contribuyen a producir un aprendizaje de, por lo menos, la misma calidad que el de las clases presenciales. Sin embargo, no nos detendremos ahora en las consecuencias de la falta de conocimientos acerca de la metodología de la enseñanza mediada por tecnologías, que claramente explica parte de esta dificultad. Centremos nuestra atención, en cambio, en el sentimiento de relativa frustración, en especial por falta de apoyo, que dejan en evidencia las respuestas de estudiantes.