En un artículo escrito hace más de diez años, pero muy vigente, Martínez Aldanondo habla de los pecados capitales de la educación actual, que incluyen hábitos tales como poner la información o la tecnología por delante de las personas y pensar que el aprendizaje ocurre independientemente de la motivación. Mientras hablamos de adaptar los derechos humanos al entorno digital (cfr. Adsuara 2020), debemos comprender la importancia de centrar la educación que impartimos, sea virtual o presencial, en las personas y no en “dar clase” de cualquier modo posible, por más acuciante que esta necesidad haya sido en 2020 y lo siga siendo en el futuro inmediato.
Esta es la primera y más importante dimensión del aspecto humano que debemos cuidar. Según Carreño y Cabral, debemos comenzar por defender el derecho a la educación pública y atender a la desigualdad de acceso a los recursos digitales que la virtualidad pone en evidencia, para poner la tecnología al servicio de toda la comunidad educativa. Para ello, debemos diseñar actividades que empleen tecnología solo en la medida en la que el alumnado puede disponer de ella (se pueden producir materiales educativos de calidad aunque no tengamos la mejor conexión, o software o hardware de última generación). Solo de este modo se puede ejercer el derecho a la educación.