Lo que me interesa abordar dentro de la institución carcelaria tiene que ver con las dificultades y desafíos propios de la cárcel en torno a la organización colectiva y al acceso a la educación como derecho, como así también comprender cómo se gestaron los procesos de construcción de espacios colectivos relacionados a la educación, en términos de conquistas y negociaciones con actores sociales que se encuentran dentro y fuera de la cárcel. Mi hipótesis sostiene que en las Unidades Penitenciarias (UP de ahora en más) de mujeres se generan espacios y oportunidades de organización, bajo condiciones adecuadas y negociaciones permanentes, que remiten a la propia trayectoria de lucha de las detenidas, la política educativa que ha asumido cada unidad y la articulación de diferentes actores fundamentales, tales como la universidad. Esta afirmación se enmarca dentro de las serias limitaciones y dificultades que las mujeres privadas de la libertad deben atravesar dentro del sistema carcelario. Sara Makwoski (1999) expresa que “entre los muros de la prisión se disuelven capas y sentidos de la subjetividad pero, a la vez, se rearma un sujeto con potencialidades para resistir y pensarse desde otro lugar” (p38). Esto mismo me lleva a entender a quienes transitan estos espacios organizativos como sujetos políticos con capacidad transformadora que pueden generarse y sostenerse en otras unidades.