Vivimos en tiempos poco propicios para la investigación desinteresada. La juventud europea —según es sabido— deserta de los laboratorios. Antes que la gloria de llegar a ser sabios o filósofos ilustres muchos jóvenes escogen los caminos trillados que llevan al poder o a la riqueza. Si este fenómeno no fuese pasajero y obedeciera a una modalidad estable de las nuevas promociones sería inútil disimular sus funestas consecuencias. La atmósfera creada por la guerra mundial no es favorable a la ciencia pura. Reina extrema inquietud, tremendo desasosiego. En ciertos sectores cunde como nunca el escepticismo por la ciencia y la filosofía; en otros se coloca en primer plano crudos afanes utilitarios o la desenfrenada persecución del goce.