Las diferentes formas clínicas de la hipertensión arterial en el embarazo (hipertensión crónica, hipertensión gestacional, preeclampsia y sus formas más severas, HELLP y eclampsia), conllevan un riesgo aumentado de morbilidad y mortalidad materna y perinatal. Por lo tanto, el diagnóstico y el reconocimiento temprano de los factores de riesgo y los marcadores clínicos, físicos y químicos, en especial de las formas clínicas más severas, PE, eclampsia y HELLP, son fundamentales para prevenir la morbi-mortalidad materna y fetal. Las alteraciones fisiopatológicas características de la PE se manifiestan tanto a nivel local (placentación defectuosa y perfusión placentaria reducida) como a nivel sistémico (desequilibrio angiogénico y función del endotelio vascular alterada). El desequilibrio angiogénico es un sello distintivo de la PE, y los marcadores angiogénicos están siendo considerados herramientas efectivas para el diagnóstico temprano y el pronóstico de los embarazos afectados. Se ha recomendado la aspirina como terapia preventiva para la PE de pretérmino, y se están explorando las estatinas como otra intervención farmacológica potencial para el tratamiento de la PE, el síndrome antifosfolípido y otras complicaciones obstétricas que presentan desequilibrio angiogénico. La mayoría de los tratamientos con drogas antihipertensivas que se utilizan en la actualidad son sintomáticos y controvertidos; no curan la enfermedad y tienen como objetivo principal prevenir o reducir el riesgo materno y fetal. Existe un acuerdo general, sin embargo, que la hipertensión grave debe tratarse con fármacos antihipertensivos, pero todavía hay debates sobre los objetivos del tratamiento. La inducción del parto está indicada en embarazos viables en los que no se logra el control de la presión arterial con tres fármacos de primera línea en dosis completas.