La figura del celoso comprende la búsqueda de una “verdad” a partir de la violencia de un “signo” que atormenta al amante. Los signos amorosos: traicioneros y absurdos constituyen una clara desviación del sentido. Existe una huida de la razón para entrar en la zona de la pasión, según observa Deleuze (1995), en Proust y los signos. Entonces, las leyes del amor en En busca del tiempo perdido (2011), dan cuenta de un universo amoroso en todos los casos equivocado, fallido y asimétrico, son muestra de un sentimiento siempre desigual tanto para amados como para amantes. En similar estela de ideas tropezamos con el personaje celoso de Juan José Saer. A propósito de una escena sugestiva se despierta en Bianco, protagonista de La ocasión (1986), la obsesión por revelar lo indescifrable. Sucede una “verdad” inverificable y un “conocimiento imposible” que el personaje quiere capturar: ¿su mujer (Gina) le ha sido infiel? La intención de Bianco es descubrir la “verdad” por sí mismo y para lograrlo hará una interpretación de los signos que Gina le provea. Sin embargo, entrará en un mundo involuntario, comenzará a habitar un “territorio desconocido, inextricable” (Saer, 1986, p. 101). A la manera de Proust, Bianco va a “construir a la mujer amada”, va a hacer vivir y actuar a su creación según su imaginario. Del mismo modo que les ocurre a Swann y Odette o al héroe y Albertina se trata de una hermenéutica del otro, de una interpretación del otro pero en uno mismo: ¿Acaso es posible leer al amado?, lo que nos dicen los “signos” del amado (en rigor) ¿nos hablan del él?; las imágenes fragmentarias, los hechos dispersos que el celoso construye y recuerda: ¿tienen un referente?, ¿son “reales” fuera del mundo de creaciones del amante?